Hoy 4 de julio de 2024, a dos años de la trascendencia del Cardenal Claudio Hummes de nuestro plano terrenal a su misteriosa presencia en la lógica de Dios en una nueva vida, damos gracias a la vida y al Espíritu Santo, la Ruáh divina, por su paso entre nosotros y nosotras, y por todas las semillas que sembró en nuestras vidas y corazones. De muchos modos, sentimos su presencia constante, acompañante, inspiradora y que nos orienta en el camino.
En lo personal, tuve el privilegio de recorrer innumerables sitios a su lado. Fue de verdad una de las experiencias de aprendizaje de vida más importantes que recuerdo. Desde comunidades amazónicas en Guyana, Brasil y Ecuador, pasando por las capitales de los países que integran esta cuenca como Georgetown, Caracas, Bogotá, Quito, Lima y Brasilia, hasta lugares que se convertían en sitio de llegada para contagiar y compartir la voz de los pueblos amazónicos, muchas veces con la presencia de ellos y ellas con sus testimonios vivos, en Alemania, Francia, Estados Unidos, España, Italia, Bélgica y quién sabe cuántos sitios más. Agradezco a la vida por haber tenido la oportunidad de tejer junto contigo, y de la mano de tantas y tantas personas más, el camino de la Red Eclesial Panamazónica, del Sínodo para la Amazonía, de la Conferencia Eclesial de la Amazonía, del proceso de renovación pastoral del CELAM y, ahora como misión fundamental, del proceso de creación del Programa Universitario Amazónico.
Me marcó, como huella indeleble, la sencillez de su persona, la profundidad de su espiritualidad y su amor inquebrantable por la Iglesia, su talante profético que confrontaba para buscar una conversión al cuidado de la vida, de la Amazonía y de sus pueblos, y la capacidad de escucha, de tejer junto con otros y otras, pero sin perder la serena capacidad de cuestionar e invitarnos siempre a ir hacia aguas más profundas. Lo vi interactuar con jefes de estado, con líderes políticos, con grandes representantes de la jerarquía eclesial, y siempre era el mismo, excepto cuando se encontraba con los más sencillos, con el pueblo más simple. Ahí era todavía más él, ya que se convertía en un hermano tierno, cariñoso, profundamente alegre, y con una presencia que se dejaba tocar y transformar por esas vidas.
De las muchísimas lecciones de vida que nos dejó, y que se quedan como huella en mi propia vida y misión, hay una que nunca olvidaré. Cuando se encontraba con las comunidades indígenas de la Amazonía, y luego de los encuentros con ellos, sus ojos se iluminaban y expresaba repetidamente: “Como Iglesia habremos fallado, o habremos fracasado en nuestra misión, hasta que ellos, los propios pueblos, sean sujetos de su propia historia. De su historia política, económica, social, cultural, ecológica, pero también de su historia espiritual y religiosa”.
La claridad de este mensaje es lo que hoy inspira nuestro trabajo en la construcción de un Programa Universitario Amazónico (PUAM), que él soñó y que anhelaba para este territorio y los pueblos que ahí habitan que él tanto amó, y sigue amando desde la gloria de Dios en la que se encuentra. Por muchos años hablamos de la necesidad de encontrar el modo de crear una propuesta que acerque la educación superior para los pueblos amazónicos más excluidos.
Querido hermano, amigo, maestro y compañero Claudio, todavía nos falta un tramo por recorrer, pero el sueño de un programa de educación superior intercultural que llegue a las comunidades más excluidas se va delineando poco a poco bajo tu luz y la guía del Espíritu, se va tejiendo a muchas manos y en la escucha honesta y cercana a los pueblos y comunidades que tanto has amado, y tenemos la certeza de que como Programa Universitario Amazónico (PUAM) habrá de ser un verdadero puente para que ellos, los pueblos y comunidades amazónicas, sean sujetos de su propia historia.
No nos abandones en esta travesía que en ocasiones es compleja, no dejes de inspirar la comunión Panamazónica que muchas veces se nos va de las manos por la tentación de crear instituciones autónomas y que responden a lógicas puntuales y reducidas. Que el grito de la madre tierra y de los pobres de la Amazonía sea el llamado a la vida y a la conversión hacia nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral en la que cada vez más ellos y ellas, los pueblos amazónicos, sean sujetos de su historia.